Chicas perdidas

En este primer largometraje de ficción (sobre un caso real)  de la documentalista Liz Garbus, la hija mayor de la protagonista (una chica que hace tiempo había abandonado el hogar para dedicarse a la prostitución aunque sin cortar el contacto con su familia) desaparece y su madre emprende su búsqueda.

Luego de un prólogo, un cartel nos advierte que el caso no fue resuelto, advertencia que si bien nos posiciona frente a lo que vamos a ver, no le quita interés al desarrollo de la trama. 

El filme transita por los dolorosos y habituales tópicos del subgénero: madres aguerridas, desidia policial frente a las desapariciones y asesinatos de trabajadoras sexuales, sororidad de las madres, a lo que podríamos sumar el inquietante papel del azar. La investigación del caso es tomada por un inspector cercano a su retiro (Gabriel Byrne, en uno de sus típicos personajes cansados).

Se suma a esto la descripción de la relación de Mari Gilbert (la madre) con sus dos hijas menores, que la acompañan en su cruzada en todo momento y aspectos de su vínculo con la mayor desaparecida.

Amy Ryan es una actriz que me gusta, pero aquí la encuentro un tanto carente de matices en su actuación (en un personaje que sí los tiene), siempre en un registro \»enojado\».

Mejor Thomasin McKenzie (a cargo de un importante personaje en Jojo Rabbit) como la comprensiva y sensible hija del medio y muy bien Lola Kirke como la hermana de una de las víctimas y a su vez prostituta.

Casi un telefilm que cumple su objetivo de ilustrarnos este terrible caso.

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